tic tac tic tac

jueves, 27 de octubre de 2011

Cuando un joven norteamericano sale de la universidad, ha pasado unas 5.000 horas de su vida leyendo, pero más del doble viendo vídeos, otro tanto hablando o escuchando por el móvil y más del doble viendo la tele. ¿Alguien ha calculado cómo utilizaba su tiempo mi generación? A finales de los 50, el reparto del tiempo tenía una estructura muy distinta: habíamos pasado unas 25.000 horas leyendo y unas cuantas ante el televisor; ni vídeos ni móviles ni nada. Con la cabezonería típica de los que no aprenden nada, nos dio por decir que lo segundo era maravilloso y que atiborrarse de vídeos, consolas y videojuegos, infame. Es urgente que les diga que estábamos profundamente equivocados. A nosotros nos llaman “inmigrantes digitales” y a ellos, “nativos digitales”. Pues bien, los nativos digitales tienen todas las de ganar al aprender las aptitudes necesarias para sobrevivir en las sociedades del mañana. Si vuelven a aprender lo mismo con idénticos sistemas que nosotros, no sólo no encontrarán trabajo, sino, lo que es peor, serán infelices. Las diferencias entre los dos colectivos van mucho más allá de lo que la gente imagina: “Experiencias individuales distintas suponen cerebros distintos”, afirman ahora los científicos. Cuando con nuestra sabiduría arcaica afirmamos que los jóvenes de hoy no saben concentrarse, deberíamos decir más bien que no focalizan su atención en los antiguos mecanismos de aprendizaje: ¡No me molestes, mamá; estoy aprendiendo!, se titula el libro de Marc Prensky, el mejor científico dedicado a desvelar los secretos de los videojuegos y los programas de ordenador. ¿Para qué otras cosas sirven los videojuegos con los que mis nietas consumen horas cuando les dejan?

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